Ya sabes que ahora me gusta ir en metro porque no suelo utilizarlo. Es raro que salga por la calle a algún sitio cargado solo con un libro y yo mismo. A la vuelta del plan una chica se desmayó perdiendo el equilibrio. Cuando entré en el vagón había un guitarrista fogoso en pleno solo eterno de rock. Un hombre a mi lado, era el único que parecía no ignorar su música y se agitaba al ritmo. El guitarrista pasó el bote de propinas y bajó. Al cerrarse las puertas la chica cayó teatralmente pero en la vida real. Cuatro o cinco personas que estábamos allí nos acercamos. Me tocó recoger su tarjeta de transporte. Estaba pálida tumbada en el suelo. No tardó en despertarse, apurada y desubicada. En seguida se hizo cargo de sí misma y le avisé de que iba a levantarle las piernas. Poco después se incorporó. Un hombre que estaba a mi lado le dijo, míratelo, porque puede ser algo más. Te lo digo porque a mí me pasó, añadió. Hubo un pequeño asentimiento seguido de un corte de comunicación verbal incómodo antes de que se bajara en la siguiente parada.
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