La última vez que percibí una señal fue en forma de excremento. Un día recogiendo la caca de B. en la calle se rompió la bolsa y su deposición se puso en contacto con mi mano. Instantáneamente, como imitando un gesto propio de las artes marciales, mi mano se transformó en ¿una grulla? ¿un armadillo en posición de ataque? Al día siguiente un pájaro me eligió como destinatario de sus líquidos excrementos. Ahí fue donde la señal empezó a tomar forma. Pensé que debía esperar una tercera, pero el mesías nunca llegó.
Hay una cucaracha --lo normal es que sean distintas ya que las dos están, hasta donde llego, muertas, pero a mí me parecen reencarnaciones de la primera-- que aparece entrada la noche por el desagüe de la ducha. La primera vez trepaba por la mampara del cubículo cuando encendí la luz. Aquí no estaba acostumbrado a cucarachas rojas-rápidas e impredecibles, solo a unos escarabajos negros-lentos y y ensimismados que me cruzaba descuidado en la calle. La segunda me pilló inmerso en mi lectura. Debo decir que parecía interesada en lo que andaba leyendo pero me quedé helado, en shock, poseído por mi pánico irracional. Ahora tapo el sumidero con un pequeño barreño que coloco bajo un bote de gel de ducha y es cada mañana cuando me estreso por qué habrá debajo del cuenco.
Hablábamos ayer en pilates y P. había tenido una semana horrible que incluía la muerte de su perrita. Lo llevaba como podía pero algo le ocurrió después. Una paloma decidió criar dos huevos en un macetero grande en la terraza, uno que apenas se puede arrastrar. J. habló de lo primero que le vino a la mente: una reencarnación. Yo estaba convencido de que es una señal. No sé interpretarla pero desde luego merece una escucha atenta. Por lo visto tardan cerca de cuatro semanas en romper el cascarón, o eso dijo P. que había visto en internet.
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